El hecho de no poder realizar su trabajo y de contar con ayuda o empatía por parte de sus jefes, le afectó a nivel psicológico. “Tuve que ir al psiquiatra ahí, no durante la enfermedad, sino ahí, me hicieron petar. Es la empresa la que tiene que adaptarte el puesto, pero son adaptaciones en el papel, no pensadas para cada caso particular”, lamenta.
Mari se vio obligada a cogerse una descenso, por el impacto de la envés en su lozanía mental. “Estuve de descenso y al final pensé, a ver, qué hacemos? No me adaptaban el trabajo, yo no podía trabajar de lo mío, de lo que he trabajado 18 primaveras. Así que pedí una incapacidad total y, menos mal, me la dieron. Pero claro, me he quedado con la parte de lo que ganaba antaño, y con esto tengo que poblar”, señala. En ese sentido, asegura que no todos los sobrevivientes de cáncer que conoce en su misma situación han tenido la misma “suerte”. “Y yo porque tengo apoyo ascendiente, porque si te ves tú solo cobrando menos y sin posibilidad de trabajar, a ver qué haces”, relata. Le han dicho que busque otro trabajo, pero es clara: “No es tan casquivana formarte para hacer otro trabajo, necesitas tiempo, necesitas estar admisiblemente”.
Mari es clara: superó la enfermedad, pero la lucha no cesó, y de eso, nadie la había avisado. “La familia no se pone en los zapatos de los demás, no piensa en la situación que la otra persona está atravesando. Pensamos que somos invencibles, incansables, y un día te diagnostican un cáncer”, apunta.