Leonid Rógozov, fue enviado cuando tenía 26 primaveras en 1960 a la Expedición Antártica Soviética como médico cirujano. Empresa de poco más de un año. Ya en la Antártida, en la almohadilla Novolázarevskaya, empezó a percatar asco, fiebre y amor. Conforme pasaban los días en aquella tierra gélida empeoraron esos dolores. Los fármacos que tenía en su poder no fueron suficientes para aliviar el dolor.
La almohadilla en la que se encontraba estaba muy allí de cualquier población, por lo que aparecer a un hospital era ficticio. Las condiciones climáticas no eran favorables y siquiera disponían de aviones. Adicionalmente, sus compañeros de expedición no tenían formación médica. Solo quedaba una opción: hacerse una cirugía a él mismo.
Entre la espada y la tapia
“Siendo cirujano, no tenía dificultad en diagnosticar una apendicitis aguda”, comentó su hijo Vladislav en una entrevista con la esclavitud BBC. “Era una condición médica que había tenido que actuar muchas veces, y en el mundo civilizado es una operación de rutina. Por desgracia en ese momento él no se encontraba en el mundo civilizado. En cambio, estaba en medio de un desierto polar”, exclamó.
El tiempo apremiaba y “no podía esperar ayuda alguna, tenía que brindar su propio baúl para sacar sus intestinos”. El médico no sabía en aquel momento si eso que iba hacer iba a ser posible. Entre la espada y la tapia, tenía que olvidarse de utilizar inconsciencia genérico. Asimismo, explicó a sus compañeros lo que tenían que hacer en caso de que él perdiera el conocimiento mientras se operaba, así como la forma en la que debían sumergir el material quirúrgico.
Para operarse usó un espejo en el que se miraba para hacer la cirugía en perfectas condiciones. Aquella operación tuvo pequeños contratiempos, pero finalmente consiguió extirparse el apéndice. Tras tomar unos antibióticos al realizar la cirugía, se desmayó, aunque despertó unas horas más tarde. Finalmente el cirujano salvó su vida en una situación coto.