Ourense no tempo | La Plaza de Hierro, “crux dos ferreiros”


No, no voy a proponer que esta hermosa y flamante plaza sea mi rincón preferido, no sería cierto, porque inmediato a ella todas las plazas de la vieja Auria lo son. Trigo, Herrería, Señal, Saco y Arce, Bizcocho, San Cosme, Encanto… Podría seguir porque todas me parecen imprescindibles, cada una con su personalidad correctamente definida; la gran mayoría con formas irregulares, de alguna guisa parece que quieran ser únicas, como la Praza Maior con su flamante inclinación. Y muchas con algún aspecto de gran belleza: fuente, cruceros, pavimento… Sin confiscación, tengo que aceptar que de alguna guisa esta plaza y su entorno son responsables de la existencia de mi clan. Al menos en la rama materna. No quiero aburriros con temas personales, solo comentar que en ella se inició la relación de simpatía entre una tudense y un ourensano (1924). La de Tui pasaba temporadas como invitada del tío Ildefonso Vaquero, entonces magistrado de la Audiencia ourensana, y…

Quizás el momento en que la plaza presentaba un aspecto más “extraño”. (Años 50).
Quizás el momento en que la plaza presentaba un aspecto más “extraño”. (Primaveras 50).

En mis conversaciones con amigos es frecuente que me recuerden anécdotas y detalles originales de la plaza. Yo he gastado un zopenco bebiendo en la fuente -¿o fueron más?-, las chicas recogiendo agua con sus cañas, el heladero rodeado de niños que juegan despreocupados, incluso un mitin político supuestamente de Zapatones -¿o era Tacones…?- en tan incomparable situación.

 Es cierto, lo he gastado, todo eso y más, incluso los peces de colores que nadan en la fuente ¡perdón! Y ahora comparto con vosotros algunas de esas vistas. Esta es la ourensana Plaza del Hierro.

 Sin duda que los edificios marcan carácter en calles y plazas, pero son las personas las que les dan vida, y la Plaza del Hierro tuvo y tiene mucha vida. Prueba de ello es la querencia de los personajes de la civilización ourensana por tenerla cerca. Don Ramón, Risco, Cuevillas, Blanco Apego y toda la dinastía de los Lorenzo (Xaquín “Xocas”, Xurxo y su padre, el gran Tabarra) son claro ejemplo y no dudaban en identificarse como vecinos de la plaza. Conexo a ellos, negocios que aún hoy se recuerdan: los chocolates de Chaparro, las ferreterías de Llamas y Blanco Vega, el Orchapán, la tintorería Alemana, Follas Novas y, para que no se me enfade la amiga Carmen, la paquetería Renol (de los negocios citados, el final en “caer”).

El aspecto pasado de la plaza del hierro.
El aspecto pasado de la plaza del hierro.

Pero si he de ser puntual, tengo que irme en dirección a a espaldas en el tiempo. De mediados del siglo XIX sería la bisutería platería de Delage, uno de los varios talleres de este hermandad que tuvo Auria -¿y hoy?-. Ya comenzado el XX, citar la factoría de chocolates de Francisco González, que dirigía doña Teresa Feijoo (de clan con tradición chocolatera); la sastrería de Remigio González, experto de alfayates (1912); la ¿francesa? Casa Sembla, que yo sepa era una fonda regida por José Otero, pero con ese nombre…, quizás fuera idea del profesor Devial, que en el numero 14 dirigía una corporación de idiomas. Otro negocio que se situó en la plaza fue el circular vigués El Pueblo Gallego, que en el nº 1 tenía su delegación. Y no quiero quedarme sin citar las agrupaciones políticas, que sin asimilar el motivo “se peleaban” por tener su sede en la plaza. Jaimistas, albistas, agraristas, fueron algunos de los vecinos; como cualquier político, no sé si aportarían poco, pero allí estaban. 

De entre los negocios, he dejado para el final la botica de Temes, como se conoció durante muchos abriles, porque, con discreción, pero es un aspecto esencial en la historia ourensana. Por ser una de las primeras farmacias de la ciudad, pero además porque sus propietarios eran proclives a intervenir en política y fomento de la civilización. Solo citar que nació de la mano de Pedro Sánchez Toca (procurador del Concejo, investigador y poeta, adicionalmente de mantenedor de una concurrida celebración en la rebotica); cedió el refrendador al doctor Arrojado Oyarzun, y a punto estuvo de ser botica de los señores Yebra, Aperribay y Pimentel, antiguos trabajadores de la botica de don Arrojado quienes, con la colaboración del profesor (y farmacéutico) Gaite Lloves, quisieron regentarla, pero finalmente tuvieron que contentarse con costar un almacén de droguería que seguidamente además lo fue de botica. De los tres quizás el más recordado sea Ezequiel Aperribay, director del Círculo Católico de Obreros y de la Adoración Nocturna. Desde finales del siglo XIX fue cuando comenzó a llamarse botica de Temes, al hacerse cargo de ella don Serafín Temes, que fue quien la colocó en su ubicación presente. Tal vez por seguir la tradición, su rebotica no tardó en ser centro de debate en la ciudad.

Mires la plaza, como la mires, la fuente preside...
Mires la plaza, como la mires, la fuente preside…

Seguramente la mayoría de datos aportados hasta ahora, a la mayoría de vosotros os suenen al menos en parte, sin confiscación este final, aunque solo sea por tener difícil coartada, suele acaecer desapercibido. ¿Sabéis que la plaza sufrió en al menos tres ocasiones una modificación en sus niveles? 

Supuestamente se buscaba dar decisión a la inclinación natural de su ubicación, pero como ya estaban construidas todas las casas del entorno no era cosa viable. Los escalones de la fuente aparecieron y desaparecieron varias veces, y en una de las modificaciones se aprovechó para descender el nivel de la calle de los Hornos. Fijaos en las fotografías y lo veréis…

Para los expertos queda el estudio de las blasonadas casas de los Boán y los Lemos, y por hoy no recordaremos la “misteriosa” Casa de la Culto de Alba, ni el tema de que la fuente morapio de San Estevo y no de Oseira, porque ya es de todos sabido, ¿no?…

Por su ubicación es probablemente la más conocida de las plazas ourensanas. Su nombre viene del flamante Crux dos Ferreiros (de cruce, que no de cruz), y que yo sepa solo estuvo a punto de perderse cuando se decidió cambiar el nombre por el del político Tomás María Mosquera, ministro durante la 1ª República. A posteriori de un periodo de tiempo, como casi siempre ocurre, el retentiva al político se desvaneció y, por fortuna en este caso, se recuperó el antiguo nombre.

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